13 puertas, de David Rubio
6
Abr
2017
El dualismo metafísico por el cual el platónico siente que el alma está aprisionada en el cuerpo, delirio discursivo que sigue teniendo adeptos conscientes e involuntarios después de 2500 años, adquiere en la vida de todo preso una connotación de otro orden. Las cárceles obligan a meditar sobre el lugar del cuerpo, y, en este sentido, todos los proyectos de formación académica que existen en las penitenciarías sugieren que el cuerpo puede estar inmovilizado, pero la mente o el espíritu, si se quiere mantener esa distinción inverosímil, todavía puede trabajar con una libertad que sortea los límites impuestos al cuerpo y su potencial naturaleza de movimiento. El saber es siempre un vector de emancipación, he aquí la intuición central.
En esta fabulosa amalgama entre filosofía y sistema carcelario se dirimen las observaciones que el director ecuatoriano David Rubio cosecha en 13 puertas, título que alude a la cantidad de pasajes con puertas que los profesores del CUSAM, un emprendimiento de la Universidad de San Martín, tienen que atravesar para alcanzar el edificio dentro de la unidad 48 de una cárcel de máxima seguridad cuyo nombre no se explicita. El film se limita a seguir las clases y la interacción entre los internos y sus profesores. Eso es suficiente para sostener un film que transmite esperanza sin optimismo.
Pero hay una peculiaridad fascinante: la experiencia educativa de los presos incluye a los guardias del penal. Todos están invitados a las clases y en el momento de aprender conceptos y poner en movimiento el pensamiento todos abandonan su posición en la institución que los reúne. Esos momentos son insólitos y casi milagrosos, y el film tiene la virtud de conseguir retratar la intimidad del claustro académico sin intervenir lo suficiente para alterar la experiencia de aprendizaje.
En una de las escenas más simpáticas del film, un policía llega a su casa y le cuenta a su mujer que le interesa más Nietzsche que Platón; según el oficial, el primero enseñaba que se pensaba desde los instintos, o más precisamente desde el estómago. Tal descripción le parece mucho más aprehensible que las ideas platónicas, propias de un limbo que poco tiene que ver con su propia experiencia. Nietzsche es un curioso héroe del film. En una escena muy significativa, se cita el famoso pasaje de Así habló Zaratustra sobre el eterno retorno de lo mismo; es comprensible la asignación de dicha lectura: un preso pueden entender perfectamente y sin mediaciones complejas el sentido de la repetición de lo mismo.
Rubio tampoco desestima el registro. En ciertas ocasiones se permite jugar con los encuadres, en especial cuando decide hacer un travelling que va atravesando los espacios carcelarios, como si la propia cámara tuviera consciencia del encierro y el deseo de liberación. No exagera formalmente, pero tampoco desdeña concebir una forma propia de registro.
El máximo acierto de 13 puertas es poder circunscribir la experiencia a una clase social, más allá de la posición del policía y el preso como figuras que definen la lógica de la institución carcelaria. Es que existe un lugar de pertenencia precedente que sitúa a ambos en un espacio simbólico y material desfavorable, donde son rehenes de un orden establecido. Estudiar, en última instancia, es la única forma posible de repensar esos lugares asignados y traspasar la dinámica del poder que los enfrenta.
Discreta pero potente película la de Rubio, una de las pocas pruebas de que en las cárceles son posibles otras prácticas, diversas de aquellas que solamente refuerzan la perversión que les da origen y legitimidad.
Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina