El imperio de la fortuna, de Arturo Ripstein
Mar
2016
El inicio es magistral. En diez planos consecutivos se entiende una estética, se conoce al personaje central y se introduce un medio social devastado. Es una mañana entre otras y Dionisio, quien vive aún con su madre y es discapacitado, despierta temprano en su pueblo (típico y reconocible de México pero sin referencias precisas) para salir rumbo al trabajo. Ser pregonero en la vía pública no requiere de un horario, pero la realidad socioeconómica del personaje es contundente y hay que ganarse el pan de cada día.
El destino de un gallo con potencial ideal para incluirlo en un puchero precipitará inesperadamente un cambio en la vida de Dionisio. Sucede que el animal en vez de ir a parar a una olla se convertirá en un gallo de riñas. Dionisio recuperará el animal y lo convertirá en un luchador. Así el protagonista descubrirá que es un buen lanzador en las riñas, una nueva ocupación que traerá otros cambios y otras relaciones signadas por el amor y el dinero. Ni bien Dionisio gane un poco de plata le comprará el ataúd a su madre, de la que ya queda solamente osamenta. Ese intento de entierro a destiempo es uno de los pasajes más conmovedores. Después conquistará a una cantante y alguna vez será padre. La verdad es que desde el encuentro con esa gallo insignificante ya nada será igual, al menos por un tiempo.
Basado en una novela del glorioso Juan Rulfo y con (el primer) guión escrito por Paz Alicia Garcíadiego (para Ripstein), en El imperio de la fortuna la sordidez característica del cine del director está presente pero sin llegar al paroxismo, de lo que se predica un equilibrio dramático entre las desgracias que viven los personajes y la cercanía afectiva que mantiene el director con estos. El inesperado ascenso económico y la previsible decadencia tardía de Dionisio van acompañados por la propia transformación actitudinal de éste frente al mundo y los otros. En ese sentido, el trabajo de Ernesto Gómez Cruz como Dionisio es notable debido a su casi imperceptible transformación subjetiva frente a cámara. Él es otro, pero cómo ha sucedido es un misterio.
Lo que rápidamente resulta aquí una evidencia son algunos encuadres formidables, como por ejemplo el que se puede observar en un plano en profundidad de campo en el que la hija y la mujer de Dionisio están acostadas en un sillón del living ubicándose al frente del plano mientras él juega a los naipes visto al fondo del mismo cuadro. El sentido espacial de esa escena, como el de muchas otras (y sus respectivos modos de iluminarlas) constituye algunos de los motivos por los cuales Ripstein llegó a ganarse un nombre en la historia del cine de su país y del continente.
Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina