Ácratas, de Virginia Martínez
16
Jun
2016
El desenlace de Ácratas anuncia proféticamente el terror y la infamia que someterían la región a un régimen tenebroso y que harían de un vocablo el signo de una época.
Genealogía didáctica y reconstrucción minuciosa de las peripecias de los pioneros del anarquismo rioplatense a principios y mediados del siglo XX, Ácratas empieza con un destino frecuente para una gran mayoría de anarquistas célebres: la cárcel. La “colonia” penitenciaria montada en Ushuaia al inicio del siglo pasado por el gobierno argentino constituye el prefacio del film, emplazamiento terrible y extenso “domicilio” del mártir del anarquismo: el joven ruso Simón Radowitzki, quien en noviembre de 1909, como respuesta a la represión durante los festejos del Día del Trabajador por parte de la policía liderada por el Coronel Ramón Falcón, acabó con la vida del máximo responsable de la Masacre del Primero de Mayo. El frío de Ushuaia lo acompañaría por 21 años.
Pero Ácratas está centrado más en otra figura clave del anarquismo del sur, el herrero Miguel Arcángel Roscigna, un representante fiel del anarquismo expropiador argentino. La máxima de Pierre Joseph Proudhon, “la propiedad es un robo”, alcanzaría en esta vía anarquista un carácter estratégico; el conjunto de robos organizados por los expropiadores tenía como objetivo redirigir el capital a fines solidarios. Varios viejos anarquistas que aparecen en el film se encargan de explicar el sentido de esta empresa moralmente legítima y repudian sistemáticamente el robo como un fin en sí y asimismo como una forma de vida orientada al enriquecimiento personal.
En buena medida, la uruguaya Virginia Martínez se centra en el dramático y famoso robo que tuvo lugar el 25 de octubre de 1929 a la casa de cambio Messina en Montevideo y a la posterior detención y fuga del penal Punta Carretas (cárcel que volverá a tener protagonismo, décadas más tarde, con la mayor fuga de un correccional, en este caso los 111 miembros del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y 5 presos comunes, en 1971, que el film incluye sin establecer un lazo político preciso entre ambas fugas).
El escritor argentino Osvaldo Bayer es una (y la principal) de las voces que organiza el discurso del film, el cual cuenta con la participación de la nieta de Roscigna y de otros tantos anarquistas sobrevivientes de ese tiempo, además de otros historiadores e incluso del hijo del temible comisario Pardeiro, “la bestia negra” de la policía uruguaya, como lo llama un testigo directo de las tácticas del oficial, torturado vilmente. La pluralidad de enfoques es una preocupación ostensible del film, que en varios segmentos adquiere un formato televisivo, pues el objetivo programático no es otro que el de informar asumiendo empero un punto de vista claro sobre lo que muestra. El material de archivo es valioso, tanto el audiovisual como el fotográfico; cuando se combina con el registro de ciertos espacios claves del pasado, el largometraje se potencia estéticamente; cuando la voz en off se impone y la entrevista se instala como organizador visual del relato, la lógica televisiva fagocita la puesta en escena. Esa dialéctica en la forma del film es permanente.
El desenlace de Ácratas anuncia proféticamente el terror y la infamia que someterían la región a un régimen tenebroso y que harían de un vocablo el signo de una época. Con la muerte de Roscigna, Vázquez Paredes y Malvicini, arrojados al Río de la Plata, se inauguraría un tipo clandestino de cementerio marino y una figura de la Historia del siglo XX: el desaparecido.
Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina