El cine de terror y el reencuentro con lo originario
Sep
2022
“Esta reapropiación es de suma importancia no sólo para constituir un “auténtico” cine de terror latinoamericano, sino para revindicar las posibilidades prácticamente políticas de este género. Si el terror es capaz de aludir a la realidad para desnudarla y cuestionarla, tiene un enorme potencial en la reflexión sobre los conflictos y traumas de nuestros pueblos.”
Por: Paloma Rincón
Dando continuidad al ciclo de conversaciones en torno a la apropiación de géneros cinematográficos, llegamos a la séptima sesión de las Lecciones de Cine Latinoamericano con la conferencia: “Terror con sello latinoamericano”. En esta oportunidad es el realizador, curador y crítico de cine de origen peruano, Claudio Cordero, quien comparte con nosotros sus reflexiones a cerca de un género poco estudiado y discutido en nuestra región, pero de enorme riqueza y potencial. Cordero es co-fundador del Insólito: Festival Internacional de Cine de Terror y Fantasía (2018 – presente) y es director artístico del CINI- Festival Internacional de Cine para Niños (2015 – presente).
El género de terror tiene una larga e interesante trayectoria en la historia de la cinematografía mundial, sin embargo nunca ha gozado de la credibilidad y respeto de otras formas cinematográficas, estas sí legitimadas en los circuitos oficiales y/o de autor. Fuertemente marcado por códigos estéticos propios, y a su vez abierto a reapropiaciones y experimentación, el terror nos conduce por imaginarios asociados a la pesadilla, lo oculto, lo desconocido, lo oscuro, lo sobrenatural…
El universo característico del terror podría hacernos pensar que el género se restringe a representar relatos y personajes sin ninguna relación con lo real, desconectados de los contextos sociales, políticos, culturales, etc. Sin embargo, resulta sorprendente cuán adecuado es el terror para, precisamente, aludir a la realidad, señalando los horrores, angustias, conflictos y traumas de nuestras sociedades. Es así que, a pesar de la subestimación que se le ha dedicado, el género de terror es un territorio fértil creativamente, capaz de brindar reflexiones profundas y que se resiste a esperar aprobación de los circuitos externos.
En contraparte, es innegable que las industrias de la cultura y el entretenimiento son capaces de capturar y monopolizar variedad de géneros y lenguajes, y este ha sido sin duda el caso del terror. Como sabemos, una enorme porción de las películas de terror que están instaladas con mayor fuerza en nuestros imaginarios provienen de la industria de Hollywood. Tan estrecha es esta asociación (Hollywood – terror) que resulta difícil concebir una película de este género fuera de los cánones estéticos, narrativos y de producción que ha establecido esta industria. En ese contexto, Cordero nos propone algunas preguntas iniciales: ¿Cómo hacer cine de terror latinoamericano? ¿A qué películas de terror aspiramos si no contamos con el mismo entorno industrial y cultural que Hollywood?
Si bien en Latinoamérica el terror no ha sido el género más frecuente, contamos con una filmografía y una tradición en ese campo – en gran medida alimentada por México. En esa tradición es posible detectar una tendencia a reapropiar el terror desde un lugar autóctono, poniendo en relación nuestros relatos y condiciones específicas de producción. Podría decirse que en Latinoamérica este género ha dado muestras de resistencia frente a los preceptos industriales estadounidenses y ha encontrado un valor único en su localía. Se ha visto que parte de nuestra producción bebe de la tradición oral, del contexto social local, de las creencias y cosmogonías de los territorios, etc.
Para responder a las preguntas planteadas líneas arriba, empecemos por señalar que el cine de terror en Latinoamérica no es, ni aspira a ser, el de Hollywood. Podemos, sin embargo, incorporar algunos de sus rasgos y descubrimientos con el fin de explorar un lenguaje que nos sea propio. Esta reapropiación es de suma importancia no sólo para constituir un “auténtico” cine de terror latinoamericano, sino para revindicar las posibilidades prácticamente políticas de este género. Si el terror es capaz de aludir a la realidad para desnudarla y cuestionarla, tiene un enorme potencial en la reflexión sobre los conflictos y traumas de nuestros pueblos.
En lo que sigue de la charla, Cordero nos invita a conocer un cuerpo de películas latinoamericanas que él encuentra relevantes en la aproximación a ese “Terror con sello latinoamericano”. Sin embargo, antes de iniciar se encarga de hacer algunas aclaraciones. Por una parte, las películas a las que alude son de producción reciente y por tanto permiten hacer una lectura actual, y no histórica, sobre una porción de la producción de terror en nuestra región. Por otra parte, la charla no aborda el cine de terror proveniente de Brasil, ni tampoco los numerosos géneros parientes del terror (gore, slasher, de zombies, etc.), pues el análisis y la reflexión se harían excesivamente extensas. Escribe Cordero en su exposición:
“Esta investigación trata sobre la actualidad del cine latinoamericano de terror, poniendo énfasis en las industrias nacionales emergentes, dándole prioridad a aquellas producciones que, en lugar de adherirse a una visión globalizada del presente, o recurrir a espacios citadinos y urbanos, cultivan un gusto por lo originario y regional, lo andino y tropical.”
Con esta introducción, Cordero nos propone tres categorías dentro de esa cinematografía que relaciona lo autóctono con el terror.
Caso 1: El cine regional de terror
Esta categoría corresponde a un interesante “fenómeno” cinematográfico que se produce actualmente en zonas rurales del Perú. Cordero nos da a conocer la existencia de un cine auto gestionado, realizado con muy bajo presupuesto, con tecnología limitada y en lugares geográficamente descentralizados, aislados y prácticamente remotos. Son los mismos habitantes de las regiones quienes escriben, dirigen, producen y actúan en estas películas.
Los realizadores autodidactas encuentran en el terror un lenguaje que sí se acopla a sus creencias, mitologías, leyendas y relatos fundacionales, y, a pesar de sólo circular dentro de las comunidades, éstas películas consiguen una respuesta visceral e inmediata de su público. De esta manera, el cine regional de terror hecho en el Perú, es una expresión radical de la apropiación de un género, produciendo un diálogo directo con la cultura y las realidades de estos pueblos. Cordero resalta con ímpetu este hecho, pues encuentra allí un valor artístico y antropológico que proteger.
Un par de ejemplos en esta categoría son: Supay Sonqo de Jorge Ponce (Perú, 2019) y El cuadro siniestro de Dante Rubio (Perú, 2016).
Caso 2: Miedo a lo originario
En segundo lugar, tenemos aquel grupo de películas que intentan poner en relación la herencia de lo originario – regional con el lenguaje canónico del género de terror. Este cine procura hacer una conciliación no sólo con los códigos narrativos y estéticos, sino procura además un mayor despliegue técnico y presupuestal durante la realización. Así mismo, buscan acceder a otros mercados más allá de los locales y se posicionan dentro de la enorme oferta mundial que existe en este género.
Lo autóctono se presenta dentro de una narrativa de “miedo a lo originario”, donde la ciudad y el campo entran en relación, siendo este último el territorio de lo desconocido, lo ancestral, lo sobrenatural y lo terrorífico.
En este caso los ejemplos son: El Silbón: Orígenes de Gisberg Bermúdez (Venezuela, 2018); Wekufe de Javier Attridge (Chile, 2016); La dama tapada de Josué Miranda (Ecuador, 2018); Matlatl de Migue Siman (El Salvador, 2017); Diablo Rojo de Sol Moreno (Panamá, 2019).
Caso 3: Imaginarios sin reglas
La tercera categoría controvierte en cierta medida a la anterior, pues, a pesar de continuar relacionándose con los códigos del terror, asume un mayor interés por la experimentación y reinterpretación de lo autóctono en sí, dejando de lado la preocupación por una narración, producción y circulación a escala industrial. Se trata de un cine de terror de línea autoral que desarrolla un ejercicio cinematográfico más libre, poético y dispuesto a la exploración de las fronteras del género.
El público asociado a estas películas corresponde a un nicho más especializado. Son obras que circulan con mayor frecuencia en festivales internacionales de “cine arte” y que logran insertarse de alguna manera en algunos circuitos “oficiales”.
Los ejemplos de estas películas son: La Llorona de Jairo Bustamante (Guatemala, 2019); Luz, la flor del mal de Juan Diego Escobar (Colombia, 2019); La región salvaje de Amat Escalante (México, 2016); Muere, monstruo, muere de Alejandro Fadel (Argentina, 2018).
Al respecto de estas tres categorías, Cordero se encarga de recalcar que ninguna es más eficiente o pertinente que la otra. Son un cuerpo de películas que coexisten en el ecosistema del cine latinoamericano, dando muestra de las diferentes intenciones de los realizadores y realizadoras, así como de las distintas comprensiones de lo originario en nuestra región.
Si bien el género de terror en Latinoamérica no se reduce, ni debe reducirse, a esta exploración de lo originario y autóctono, la reflexión que ofrece Cordero nos permite rastrear una relación entre nuestra herencia cultural y este género cinematográfico. Potenciar esa relación a través de nuevas reapropiaciones provenientes de diversos territorios, nos permite cuestionar y problematizar nuestra realidad, identidad, historia, cultura, etc., desde la singularidad de los pueblos latinoamericanos.
La mirada colonialista con la que hemos tenido que lidiar siempre, ha instaurado una concepción exotista de nuestros pueblos, creencias y territorios. Al hablar de un cine de terror que “bebe” de lo autóctono, tenemos el reto de explorar el género sin reafirmar los prejuicios y representaciones superficiales que se nos han dedicado históricamente. Un cine de terror latinoamericano, lo que sea que eso signifique, aspiraría a ofrecer una mirada crítica y auténtica de nuestros pueblos.