El cinelátero: La lucha libre en el cine
Oct
2022
“Lo que se expresa de manera clara en este género es que el éxito y arraigo que logra en la cultura mexicana, y latinoamericana, tiene relación con los valores mismos que el espectáculo deportivo defiende. La narrativa que se pone en escena en cada show evoca las pasiones y avatares presentes en las vidas de nuestros pueblos y nos recuerda que la “filosofía” del luchador representa un rasgo importante de nuestra identidad.”
Por: Paloma Rincón
La octava sesión de las Lecciones de Cine Latinoamericano da continuidad a la conversación en torno a la apropiación de géneros cinematográficos en nuestra región. Esta vez nos acompaña Orlando Jiménez Ruiz, investigador, documentalista, curador, exhibidor y distribuidor, especializado en el estudio y divulgación del cine de luchadores, la lucha libre, la cultura popular mexicana y el arte. En diálogo con su película Arena Azteca Budokan (México, 2014)[1], Jiménez comparte con nosotros su concepción del cinelátero, una singular aproximación al prolífico género cinematográfico de luchadores.
La lucha libre es un espectáculo deportivo particularmente extendido en México, en donde se ha compenetrado a tal punto con la cultura y el folklore, que ha sido declarado patrimonio inmaterial del país. Esta forma de expresión deportiva y artística va mucho más allá de una entretención popular, pone en escena rasgos de la idiosincrasia de gran parte del pueblo mexicano, construyendo una comunidad y movimiento cultural a su alrededor. Es tan notoria su influencia en el imaginario nacional que resulta sorprendente que la academia, y otros círculos oficiales, se hayan mostrado reticentes durante años a estudiarla y aceptarla como una valiosa aportación a la cultura popular. Hasta hace muy poco, la lucha libre empieza a recibir la atención como objeto de investigación desde las ciencias humanas.
Con tal peso en la tradición mexicana, no es extraño que los campos del teatro y el cine hayan encontrado en la lucha libre un universo lleno de personajes auténticos e historias emocionantes, atravesadas por una suerte de “filosofía” en torno a la arquetípica pugna entre el bien y el mal. El cine de luchadores es un género autóctono que mantiene un código narrativo y estético basado en el espectáculo deportivo, cuya filmografía es esencialmente aportada por México y producida principalmente entre 1949 y 1976.
Jiménez ha propuesto llamar cinelátero al conjunto de películas de diversas duraciones y formatos, que basan su trama, línea argumental, acciones y lenguaje audiovisual en la lucha libre. Este grupo de películas están protagonizadas por luchadoras y luchadores, o actores que los representan, y siempre incluyen escenas ficticias o reales de la lucha libre profesional.
La exhaustiva indagación que hace Jiménez sobre el cine de luchadores nos conduce a hallar sus primeras expresiones en los inicios mismos del cine silente. Encontramos en fragmentos de películas de las y los pioneros, rastros de espectáculos de luchadoras y luchadores junto a números de magia o acrobacia, datados incluso desde 1892, capturados con las versiones más antiguas del cinematógrafo, kinetoskopio, kinetógrafo y bioscopio. Con el tiempo se haría más popular registrar documentalmente encuentros de wrestling protagonizados por estrellas deportivas del momento y de esta manera se difundirían en otros lugares donde resultaba imposible acceder al show. En el viaje intercontinental que empezaba a describir el cine, las copias con los registros de estos encuentros deportivos llegarían eventualmente a México, para encontrar allí particular acogida.
La aparición del wrestling en el panorama latinoamericano dio paso a una hibridación cultural que condujo a la configuración que conocemos actualmente como lucha libre y que potenció su carácter de espectáculo, creó una comunidad y una economía en torno suyo, propuso nuevos códigos y estéticas, consolidó unas dinastías de luchadores y luchadoras, etc. Dentro del show que se conformó se establecieron estrellas deportivas locales que incursionaron en la actuación teatral y posteriormente en el cine, entablando un mítico vínculo entre el espectáculo deportivo y la épica cinematográfica. Un nombre fundamental en esa relación deportiva y artística en México es Enrique Ugartechea.
Internacionalmente aparecerían a mediados del siglo XX antecedentes del cine de luchadores en películas como Naked City y Night and the city de Jules Dassin (Estados Unidos, 1948 y 1950 respectivamente). Estas obras, inmersas en el universo y la estética del Film Noir, incorporan en sus tramas episodios y personajes alusivos a la lucha, y enmarcan su narrativa en un contexto citadino lleno de peligros. Estos rasgos del Cine Negro son influencias importantes para el género latinoamericano en desarrollo, sumados a los aportes que recibió también de las narrativas de súper héroes y del cómic.
Así como lo describe Jiménez, el cine de luchadores es un licuado de elementos, es una mezcla entre varios géneros cinematográficos y narrativas gráficas. En esa combinación, la primera película mexicana que introdujo el tema de la lucha y trazó una perspectiva como género es No me defiendas compadre de Gilberto Martínez Solares (México, 1949), pero rápidamente se multiplicó la filmografía de la mano de personajes legendarios como El Santo, Neutrón o Blue Demon.
Lo que se expresa de manera clara en este género es que el éxito y arraigo que logra en la cultura mexicana, y latinoamericana, tiene relación con los valores mismos que el espectáculo deportivo defiende. La narrativa que se pone en escena en cada show evoca las pasiones y avatares presentes en las vidas de nuestros pueblos y nos recuerda que la “filosofía” del luchador representa un rasgo importante de nuestra identidad.
El espectáculo es además la posibilidad de poner en relación la fantasía, la aventura, la fuerza y el humor a disposición de una catarsis colectiva, donde el público participa con igual pasión que las luchadoras y los luchadores, de manera que esta tradición popular desempeña de fondo una función social.
Es fundamental estimular y consolidar géneros y lenguajes cinematográficos autóctonos, y además darnos a la tarea de otorgarles un lugar de estudio, tal como nos comparte Orlando Jiménez con la categoría de cinelátero con la que logra una comprensión igualmente libre y autóctona de esta expresión cultural.
Por último, el cine de luchadores es una muestra de la importancia de los diálogos interculturales que posibilitan la revitalización de las tradiciones en un territorio. Latinoamérica ha logrado sobrellevar sus tensiones históricas y elevar su cultura a través de procesos de hibridación con otros pueblos. La apropiación de prácticas, sistemas e imaginarios foráneos es una constante en nuestro desarrollo como sociedad, y aunque en muchos casos esta relación con lo extranjero nos ha significado sometimiento y desigualdad, en muchos otros ha sido una práctica liberadora y empoderante, que estimula la creación artística y que permite que nuestra identidad colectiva continúe en expansión y transformación.