Entrevista a Priscila Padilla, directora de “La eterna noche de las doce lunas
Jul
2017
La eterna noche de las doce lunas, el documental de Priscila Padilla Farfán, se centra en una antigua tradición de un pueblo originario de la Guajira colombiana, los wayuu, según la cual algunas niñas, al llegar a su primera menstruación, son encerradas durante casi un año en una choza lejos de la vista de los hombres. Un experiencia que marca el paso de la niñez a la madurez y que, al salir, les permitirá estar listas para casarse. Este ritual es retratado por Padilla en un documental de 2013 que tuvo amplia circulación por festivales internacionales. En este diálogo con Retina Latina la directora cuenta cómo rodó la película y logró adentrarse en la intimidad de esa comunidad.
Otros cines: ¿Cómo lograste la confianza de la comunidad indígena para que te permitan acercarte a este proceso? ¿Puedes describir dónde es ese lugar y cómo llegaste a él?
Priscila Padilla: El lugar donde se realizó esta película fue la ranchería indígena wayuu Karequishimana, que está ubicada en la baja Guajira, en el municipio de Maicao en Colombia, a una hora de esta población, sabana adentro. Encontré este lugar después de una larga búsqueda. Lo importante era ubicar una ranchería donde aun esta cultura indígena practicara este ritual. En esta ranchería hay una larga tradición de más de 200 años de encierro. Quien la ha preservado es la abuela de Pili, la niña personaje de esta historia. Aquí, según esta abuela, todas las niñas tendrán que pasar por esta tradición ancestral. De hecho, en estos momentos una de las niñas de este lugar entró al encierro y ahora es Pili quien la visita.
O.C.: ¿Cómo lograste convencerlas de que te dejaran filmar?
P.P: Cuando llegué a este lugar, lo que primero que hice fue decirle a las mujeres indígenas que yo estaba interesada en aprender su lengua, intentar hablar wayuu. Y así comencé a vivir en este lugar y ser una más de estas mujeres. Realizaba los oficios cotidianos: traer leña, agua, lavar nuestra ropa. Veíamos las películas que yo había hecho y, tras largas conversaciones alrededor del café, mientras la luna nos cubría con su maravillosa luz, después de seis meses, llegó el momento de decir, “hagamos una historia en esta ranchería”. Fue la abuela la que planteó el tema. Como dice esta anciana: “Mientras yo viva aquí todas las niñas serán encerradas, eso me enseñó mi tatarabuela, mi abuela y mi mamá.”
O.C.: Hay algo tradicional y casi sagrado del ritual de las «doce lunas», pero desde un punto de vista feminista, o más moderno, se lo puede ver como un ritual un tanto castrador y muy conservador respecto al rol de la mujer ¿Cómo te posicionas ante esa situación, ya que la película logra mostrarla y ser ambigua al respecto? ¿Cuál es tu postura en torno a esta tradición?
P.P: Yo lo que hice fue intentar retratar este ritual. Aquí lo que se devela es que el cuidado del cuerpo femenino es muy importante para las mujeres de esta cultura indígena. La llegada del primer período menstrual es como volver a nacer, el cuerpo se prepara par la vida adulta, por lo tanto hay que cuidarlo, escucharlo. El encierro es un viaje al interior de las raíces de esta cultura, donde la luna es la luz que las ilumina. Primero crisálida, después mariposa, para que se pueda volar a donde se quiera, pues ya se sabe dónde se encuentran sus raíces.
O.C.: Sé que el equipo de filmación estuvo compuesto solo por mujeres ¿Crees que eso sirvió para entender mejor a las protagonistas y a esa tradición?
P.P: El equipo de realización de esta historia fue solo de mujeres por un requerimiento hecho por las mujeres indígenas wayuu de esta ranchería. Según ellas, cerca de este ritual no pueden estar los hombres, ya que eso impide el buen desarrollo de este rito. Esto lo que ayudó fue a que todas estas mujeres que habitábamos en este lugar lográramos consolidar un espacio donde fuese posible reflexionar sobre problemáticas propias de las mujeres. Siempre en torno a este ritual solían hablar los hombres, nunca las mujeres. Aquí lo importante era que por fin ellas pudieran decir lo que sentían y pensaban respecto a esta tradición ancestral.
O.C.: ¿Sigues en contacto con esa niña y esa comunidad? ¿Sabes qué fue de su vida entre el rodaje y hoy?
P.P: Sigo muy en contacto con Pili, ahora ella es una niña de 17 años, muy hermosa, madura y muy orgullosa de ser indígena wayuu. Ella este año termina su bachillerato y como su gran sueño es ir a la universidad seguramente lo logrará. Toda esta convicción de defender lo que ella quiere se lo dio el encierro. Ahora como las mariposas ella ya puede volar, sin olvidar lo maravilloso de su cultura.
O.C.: El documental tuvo un muy buen recorrido en festivales colombianos e internacionales. ¿En qué estás trabajando hoy?
P.P: En estos momentos estoy trabajando en otra película documental, por ahora no quiero hablar del tema. Lo que puedo decir es que, para variar, también es una historia de mujeres.
Por Diego Lerer, de OtrosCines.com, para Retina Latina