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La Gorgona, historia fugadas, de Camilo Botero

5

Abr
2017

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La Gorgona es una isla situada en el océano Pacífico, a 35 kilómetros de la costa colombiana. Desde fines de la década de 1950 y hasta 1983 funcionó allí una extraña penitenciaria que aceptaba solamente a reclusos con al menos 12 años de condena por homicidio. El director de 16 memorias decide explorar esa isla que alguna vez reunió a hombres peligrosos y que en la actualidad alberga solamente la fauna y la flora propias del ecosistema.

De la vieja institución carcelaria a la institución de un parque nacional hay un hiato que es la historia de los prisioneros y de sus carceleros, una historia paradójica por la cual un grupo de excluidos sociales habitaba un presunto paraíso natural sin conjurar la inevitable experiencia de encierro. Uno de ellos asegura que la experiencia más terrible en una vida es la de ser un preso.

La inteligencia de Botero para recuperar la historia y observar el presente consiste en desunir la voz de la imagen y el sonido. Quienes fueron parte de esa comunidad maldita y asimétrica, los que pueden enunciar y reconstruir el pasado, nunca se ven; permanecen en fuera de campo, excepto por sus voces, las cuales contrastan radicalmente con la silenciosa vida animal, notablemente diversa, que predomina en la isla. Esa paradoja articula la puesta en escena: el documental observacional puro con el que se revisan las viejas ruinas edilicias de la cárcel y los indicios de que allí hubo una experiencia social misteriosamente temible se enrarece a través de los testimonios de los presos (que no tienen nombre en el relato, porque son solamente números, aunque sí se los identifica más tarde en los créditos). Los animales pueden estar en cautiverio y enjaulados, pero, reducidos al mero instinto, el concepto de libertad está fuera de su radar. Esa condición es aprovechada por Botero para ahondar en la naturaleza del encierro. La predilección por los planos fijos también induce a sentir la inmovilidad como la primordial percepción de todo preso.

Los otros dos procedimientos poéticos también desestabilizan la lógica de representación más imponente y prominente. Algunas historias o episodios se ilustran con una discreta pero eficiente animación en blanco y negro. Frente a ese recurso visual, en varios pasajes se ven asimismo diversos materiales de archivo que sirven como un segundo sistema de oposición entre el semblante de la isla vista como parque natural y las memorias de registro de cuando el lugar fue una cárcel. En este sentido, hay una preocupación de hacer visible la arquitectura total y el espacio en el que se ha erigido un emplazamiento de encierro, aunque lo más conmovedor radica en mirar la vida de los internos, como se les solía llamar. En un plano fugaz, un preso lee un libro en su celda. Dura un segundo, pero en esa fantasmal imagen se sintetiza la filosofía humanista que destila La Gorgona, historia fugadas.

El famoso navegante Francisco Pizarro rebautizó la isla con un nombre que remitía a la mitología griega tras cotejar la inmensa cantidad de serpientes que residían en ese perímetro de selva acotado de 9 kilómetros de largo y 2 y medio de ancho. Botero demuestra que su presencia no ha cambiado en absoluto desde entonces; en la tierra son ellas las que encarnan el temor de los hombres; en el agua están los tiburones, comisarios involuntarios del mar y disuasión ecológica de cualquier fantasía de escape.

Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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