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La Hortúa, de Andrés Chaves

20

Abr
2016

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Si los hombres no hablan, las instituciones enmudecen. Cualquier práctica deja sus huellas. Hay que filmar entonces los vestigios, en la medida en que la experiencia colectiva elegida ha terminado y nadie puede hablar en su nombre. Pregunta metodológica: ¿cómo hacer hablar a una institución que ha desaparecido sin apelar al testimonio de los que algunos vez fueron parte de ella? La institución elegida aquí es un pretérito hospital magnífico conocido como La Hortúa, alguna vez símbolo de la medicina colombiana y situado en Bogotá, que dejó de existir en el 2001 frente a la desidia del gobierno (el film data del 2011, y en el 2012 se tomaron medidas para su reapertura, la cual avanzaba con ostensible lentitud). Los planos iniciales consisten en una invocación a la remota eficiencia institucional, imágenes espectrales de un tiempo lejano en el que los médicos contaban con instrumental y los pacientes podían estar seguros de que al entregarse a la camilla o viajar en una ambulancia recibirían el tratamiento adecuado para la recuperación de la salud. El material de archivo predispone a pensar que así fue por un largo tiempo. Después de esa representación del edén médico, su inversión dialéctica en tiempo presente. Los planos fijos generales van postulando la decadencia y la indesmentible ruina de aquella institución. Pasillos, cuartos, salas de atención, departamentos médicos y carteles destruidos denotan abandono y finitud. La modalidad observacional elegida desestima la intervención dialógica o las afirmaciones de los personajes hablando a cámara. Las imágenes deben constituir entonces el discurso, y Andrés Chaves sabe arrancar a las paredes una historia que está detrás de ese evidente derrumbe. La clave es doble: un registro preciso y un montaje que induce a pensar sobre lo que ha sucedido. Pero a Chaves no le interesa, solamente, la arqueología de la desidia. Lentamente, el film introduce hombres y mujeres, incluso familias enteras que viven entre los escombros de un hospital alguna vez modélico. Con lo justo, Chaves permite comprender quiénes son y qué hacen ahí, incluso qué otros inconvenientes están destinados a confrontar. Sin una palabra, excepto por dos indicaciones iniciales y finales, Chaves atraviesa la propia limitación observacional y se desentiende de la amenazante esterilidad del dispositivo. De la observación surgen datos relevantes y una mirada sobre estos para poder pensar y ver un período histórico, una política de Estado y los sujetos que no pueden permanecer indiferentes. Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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