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Las cosas simples, de Álvaro Anguita

11

May
2017

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La identidad es un misterio empírico. Todos sabemos quiénes somos; una fotografía basta para reconocer y reconocerse, un documento es suficiente para dar una prueba jurídica de ser alguien, pero un desperfecto neuronal, un evento traumático o incluso una situación comprometida pueden trastocar la firmeza del yo en el mundo. En verdad, Las cosas simples trata de algo que no es tan simple, más allá de que la resolución conceptual del film sí reclame y detente una simpleza que tiene que ver con la expresión de una palabra y un gesto, que no es otra cosa aquí que la expresión del amor. En su debut, Anguita planifica un relato con tres personajes principales (una empleada estatal y su madre con Alzheimer, además de un viejo sin identidad que llega a la división que expende documentos en Chile) y tres espacios precisos (una casa, la oficina de una institución y una plaza). Con esas coordenadas espaciales y dramáticas, Las cosas simples mantiene siempre un ritmo narrativo y gestiona elegantemente su suspenso. Exhausta y dolida por la situación diaria frente a la enfermedad de su madre, la hija interpretada por la magnífica Catalina Saavedra decide introducir en su casa a un hombre mayor que llega al lugar de trabajo completamente perdido. Nadie sabe quién es. No está en los registros, y nadie reclama su ausencia. Por alguna razón, intuye que está bien que ese hombre interactúe con su madre. ¿Qué puede suceder entre dos sujetos que han perdido el arraigo de su identidad? Anguita es preciso con todo. Mantiene la indeterminación de los actos de sus personajes hasta último momento, registra a cierta distancia los momentos decisivos, no editorializa ni con música ni con otros recursos propios de pequeños dramas como el que pone en escena, ni deja al mero acaso la eventual aparición de un plano hermoso. El contrapicado a cierta distancia en la tarde para observar la pausa emocional de su personaje mientras fuma un cigarrillo indica una atención al detalle que no siempre se ve en este tipo de películas iniciales. La identidad no es otra cosa que una fina concatenación de actos que modelan a una persona y que dependen de la memoria y su funcionamiento coherente para sostener la unidad. Cuando el tiempo hace su trabajo sobre los tejidos neuronales y estos ya no responden como antes, un azaroso acontecimiento puede ser lo más parecido a un milagro. Esto es también el secreto de un relato.

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