Los colores de la montaña, de Carlos César Arbeláez Álvarez
8
Abr
2016
El cine colombiano ha retratado las múltiples (y devastadoras) consecuencias del conflicto armado de las más diversas maneras. Lo que hace particularmente valiosa a la ópera prima de Carlos César Arbeláez Álvarez (ganadora del premio Nuevos Directores en el Festival de San Sebastián y el del público en el de Friburgo, entre varias otras distinciones) es el profundo humanismo, la poética y la sensibilidad de su mirada.
El director de la posterior Eso que llaman amor, narra la película desde la perspectiva inocente de Manuel, el niño protagonista, y de Julián, su mejor amigo y compañero de escuela. Ellos aman el fútbol (Manuel sueña con ser arquero profesional) y se pasan buena parte del día jugando en la cancha del aislado poblado rural en el que viven.
Pero las cosas no son fáciles para nadie en esa zona donde la guerrilla y el ejército se enfrentan a cada rato. El balón de Manuel queda en medio de un campo minado y él y sus amigos se obsesionarán por recuperarlo. A su alrededor todo es violencia, miedo y descontención: llega una nueva maestra para hacerse cargo del colegio, pero al poco tiempo empezará a sufrir todo tipo de presiones y dificultades, lo mismo que la mayoría de los vecinos que no saben cómo posicionarse ante una realidad amenazante y perturbadora.
La ductilidad, coherencia y rigor con que el realizador narra la historia (con una implecable dirección de actores con unos niños que son puro encanto) hacen de Los colores de la montaña una película emotiva (desgarradora) y valiosa sostenida con recursos artísticos que evitan los golpes bajos y la manipulación.