Los invisibles: la vida en las cárceles y en las calles
6
Abr
2017
Los reos y los pordioseros no suelen ser protagonistas. Los marginales desconocen la gloria, excepto en algunos géneros cinematográficos que, en ciertas ocasiones, los redimen o les dispensan alguna piedad. Los perdedores de un sistema no suelen despertar la algarabía o la admiración; eventualmente, algún cineasta sensible y libre puede elegirlos para sugerir una secreta relación entre ellos y los exitosos. No es fácil. Filmar las zonas fallidas de una sociedad y a los sujetos que les toca ocuparlas implica clarividencia sociológica, un mínimo de conocimiento histórico y una seguridad estética para hallar una forma precisa de representar ese drama.
Ninguna de las cuatro películas que conforman este ciclo trabajan con los códigos de un género específico. Tres son documentales y la cuarta, una peculiar ficción. El carácter observacional como actitud estética y concepto de registro tiene una predominancia ostensible en todos los títulos elegidos, incluso en la heterodoxa fantasía metafísica de Hari Sama, cuya lógica inicial de representación se asimila al prototípico modo observacional del documental. Despertar el polvo es una ficción, pero en un primer momento se apropia de un modelo de registro que suele asociarse a la no ficción. Ni ese film, ni tampoco los tres documentales centrados en temáticas carcelarias toman elementos del género característico de las películas sobre cárceles; todos se desmarcan de la típica aproximación a fenómenos sociales como los que aquí reciben atención.
En las cuatro películas, el espacio como entidad dramática tiene un papel determinante. Es lógico que en una película sobre un indigente que camina por la calle el espacio público adquiera relevancia. El indigente es aquel que no tiene espacio privado e intercepta el orden público con su presencia, fagocitando el requerido anonimato de los transeúntes. Nada más privado que el sueño, nada más íntimo. Es por eso que ver dormir a un indigente en la calle resulta siempre una transgresión del orden de las cosas.
Lo mismo pasa con los prisioneros. Para todos ellos, el espacio es una categoría tan restrictiva como lo es la categoría del tiempo. El preso mide su libertad en ambas: el espacio es restrictivo y señala los límites de su deseo de movilidad; el tiempo es la variable que marca la duración de un confinamiento acotado al espacio definido por las rejas. Espacio y tiempo constituyen las reglas de la vida espiritual de un prisionero.
Los tres documentales trabajan sobre esto de modo muy diferente, pero en todos los casos la experiencia espacial define la lógica de la puesta en escena y la vida de los protagonistas. En efecto, 13 puertas, San Antonio y La Gorgona, historias fugadas son películas conscientes sobre el acuciante problema que angustia y determina la experiencia de sus “intérpretes”. Son registros valiosos, inteligentes y sensibles, que dignifican a sus protagonistas e incitan a hacer preguntas.
He aquí una muestra de cuatro películas sobre seres invisibles. Lo que no se ve, lo que no se quiere ver, lo que se ve pero no se mira: he aquí el tema de este ciclo. Los cineastas deben crear una forma de hacer ver. Visibilizar es un acto propio del cine. Los notables films de este ciclo llevan a cabo esa tarea con gran honestidad.
Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina