Los viejos autores
2
Mar
2016
Ciclo: Clásicos del cine mexicano
La pregunta nunca estará de más. ¿Qué es un autor? Toda película está dirigida por alguien, pero no todos los que dirigen son cineastas. Los cuatros responsables de La pasión de Berenice, El imperio de la fortuna, María Sabina, mujer espíritu y El 3 de copas, títulos emblemáticos de dos décadas cercanas al fin del milenio, son indiscutiblemente cineastas.
En efecto, en las cuatro películas de este cuartero de autor se puede leer el futuro de sus próximas películas y también la genealogía de su obra. La tragedia excesiva y casi pulsional en Arturo Ripstein, los límites de la moral en Jaime Humberto Hermosillo, la inquietud histórica en Felipe Cazals y el interés sistemático por esa otra cosmovisión pretérita que habita desde siempre en América en Nicolás Echeverría pueden rastrearse en los films mencionados al inicio.
Sucede que todo autor habla transversamente sobre uno o dos temas a lo largo de su carrera. En los aquí elegidos, por ejemplo, resulta legible una idea de mundo que se traduce en un concepto de puesta en escena. Digámoslo así: un autor es aquel que persigue una o dos ideas y busca filmarlas del modo que puede y entiende, a veces inventado una forma para cumplir con ese imperativo estético que intuye desde el inicio.
Lo más interesante al confrontar con las películas de Ripstein, Echeverría, Cazals y Hermosillo es saber si tienen o existen herederos cinematográficos. La solidez formal de los cuatros directores es verificable en cada una de las películas mencionadas. Nada parece ser fruto del capricho; en cada uno de sus films la vieja dicotomía entre forma y contenido desconoce el divorcio que adolecen las películas de los malos cineastas y el equilibrio que detentan es la consecuencia de una alianza orgánica en el interior de cada película, que nada tiene que ver con el seguimiento de reglas y fórmulas canónicas que hoy dominan estructuralmente el cine latinoamericano.
Quizás sea Ripstein el cineasta que más marcas ha dejado en los cineastas del presente. Su cine de la crueldad cuenta con bastante seguidores o imitadores, pues es indesmentible la obsesión del cine mexicano contemporáneo por representar lo sórdido como tópico y la violencia como expresión predominante. Pero sus epígonos recientes a veces se contentan solamente con repetir los gestos de la sordidez sin saber cómo filmarlos y así interrogarlos para zanjar la complicidad propia del que representa meramente la crueldad y sus formas, como si al hacerlo hubiera un acto mágico que impugnase el mal por ponerlo en escena. No se conjura entonces la miseria del mundo (mexicano) por el solo hecho de representarla. Los interrogantes de Ripstein eran otros y se nos escapan. Hoy faltan preguntas y sobran retratos de lo siniestro y el espanto.
Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina