Overava, de Mauricio Rial Banti
14
Jul
2016
Historia, metafísica y prosperidad, estos son los tres organizadores simbólicos de este mediometraje de Mauricio Rial Banti, que ya había dejado asentado su interés por filmar la Historia en su precedente film Tren Paraguay.
En este caso, no se trata de seguir las vías del tren y así desterrar y reconstruir la historia de un transporte particular e inscrito en el desarrollo económico de la región a fines del siglo XIX y principios del XX. El período elegido aquí es el vergonzoso e indecente capítulo histórico decimonónico en el que Brasil, Argentina y Uruguay se unieron para destruir el país más progresista de la región (y militarmente menos poderoso), Paraguay. Si bien la Guerra de la Triple Alianza es el contexto inicial, lo que le interesa a Rial Banti, más que las razones políticas de aquel acontecimiento, son los perniciosos efectos que dieron lugar posteriormente a leyendas propias de las creencias autóctonas, aquí ligadas a los presuntos tesoros escondidos por todos aquellos que vivieron durante la contienda bélica, que duró más de cinco años.
La prosperidad paraguaya a mitad del siglo XIX se traducía en parte por una extendida posesión de oro entre los miembros de la población. La mayoría, frente al riesgo de perderlo todo durante la guerra, supo guardar los cubiertos, las monedas, la joyería y tantos otros objetos de ese metal precioso en cajas, cántaros o simplemente bajo tierra.
Mucho tiempo después, más de un siglo y décadas, los hombres todavía buscan esas reliquias de prosperidad, pero no se trata de una típica búsqueda del tesoro. Aquí hay reglas y exigencias espirituales y también apariciones y trampas. El folclore somete al buscador a un universo simbólico en particular. Así es que el candidato debe demostrar pureza de corazón, de lo contrario, un poder extraño cambiará las coordenadas de la pesquisa. A su vez, tiene que estar atento a las manifestaciones espectrales de caballos y perros blancos y luces misteriosas que surgen de la nada; son señales propicias. Así lo explican los lugareños y los propios interesados en dar con las riquezas de otro tiempo.
Rial Banti empieza con un plano en contrapicado desde una fosa acompañado por un motivo musical que establece de inmediato una relación entre el registro documental con un film de terror y suspenso. Esa asociación lúdica y estética estará presente en casi toda la película, y se explicita sin ambages en un pasaje en el que una mujer recuerda las travesuras de su infancia cuando asustaba a los exploradores con sandías talladas en la noche, como si estas fueran entidades malignas encarnadas en esa fruta; algún distraído podrá entonces confundir las imágenes de Overava con una película dedicada a Halloween.
Lo más ingenioso de Overava consiste en escenificar todas las creencias incomprobables de sus amables confidentes y protagonistas, como si más allá del límite impuesto por la propia realidad del mundo el cine pudiera sintonizar las más diversas fantasías metafísicas y darles una materialidad que la física del mundo suele desmentir. En ese gesto escénico hay grandeza y amabilidad, en sintonía con los nobles personajes del film.
Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina