Rojo red, de Juan Manuel Betancourt
13
May
2016
Sin el empleo de ninguna palabra, la secuencia inicial es ya una expresión precisa del tema a desarrollar: el libre discurrir de la imaginación en la infancia, que se desenvuelve en un sinfín de asociaciones incorporando elementos simples de la vida doméstica y desatando otra lógica que no es otra cosa que la que compromete al juego. El niño juega sobre la alfombra del living de su casa con sus juguetes y al hacerlo esos objetos concebidos para la recreación parecen adquirir alma. Un avión diminuto, por ejemplo, parece estar a punto de despegar. Primer acierto de Betancourt: otorgarle alma a los juguetes gracias a un apoyo sonoro que los desmarcan de su función lúdica. La imaginación se entromete por el sonido relevando a la imagen en la tarea de ejemplificar.
Después, sí, lo visual, apoyado en parte en la animación en stop motion, tomará preponderancia, una vez que el niño deje la casa, tras una amonestación de su madre, antes de una pequeña disputa con su hermana menor. Huirá corriendo y en plena calle las irregularidades del asfalto detendrán su marcha. Nada de la realidad de ahí en adelante obedecerá a las reglas que la realidad impone. Con los cordones de los zapatos, por ejemplo, se puede hasta destruir una ciudad.
Doce minutos dura Rojo red, y basta ese tiempo escaso para confirmar el ingenio de Betancourt.
Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina