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Soy eterno, de Sofía Velázquez

17

Nov
2016

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La memoria es tiempo acontecido pero existe en el espacio: el espacio (mental) de quien recuerda y el espacio en el que todavía hay vestigios asociados a los recuerdos. Velázquez lo intuye desde el principio: un tema musical suscita memorias; el espacio habitado con su mobiliario y sus objetos también; lo mismo sucede con la perspectiva con la que se ve el mundo exterior desde las ventanas de un hogar, en el que ahora viven su padre y su hermano, y en el que la directora recuerda más por haber vivido allí con su madre. El espacio doméstico evoca aquí el drama de la memoria. Además, la memoria familiar está inscripta en documentos, dedicatorias y fotos. Y asimismo en el registro de la propia directora, otra forma de escribir la historia familiar, que puede todavía filmar a su abuelo, demasiado inescrutable y a la vez físicamente innegable, y que en su último cumpleaños dio noticias a la propia realizadora de su paradero espiritual: “Soy eterno”, profirió, sin explicarle a nadie su frase metafísicamente hiperbólica, la misma que nombra a la película de su nieta. Seis minutos para hablar de la eternidad, extraña paradoja la elegida por Velázquez. Pero su impudor conceptual está a la altura de las circunstancias: cada plano que constituye el endeble hilo de recuerdos que pretende ser una memoria suplementaria a la que se puede invocar con el propio recuerdo ocasional tiene un sentido estético y una función conmemorativa. Todo suma al segmento de tiempo elegido para resguardar la historia familiar frente al olvido. Los planos fijos y generales del hogar y en especial del living cubierto con libros, o las fotos seleccionadas para que el relato de la voz en off de la directora tenga un correlato visual, tienen el suficiente encanto para imaginar la vida de una familia que desconocemos, pero que la propia realizadora, en cierta medida, tampoco conoce del todo. Secretamente, Velázquez entiende que esa distancia impuesta por la locura, la que padecía su tío, se replica con menos prepotencia en las relaciones que se establecen con los otros seres queridos. El venerado abuelo dista de haber estado loco como su hijo, pero él está lejos y no es del todo un conocido. Filmar a la familia es encontrarse con extraños cercanos. Película delicada la de Velázquez, aguda para reunir detalles y trabajarlos en un retrato que puede resultar en los papeles intrascendente para cualquier otro hombre y mujer que no sean miembros de esa familia, pero que en la mirada de la directora se universalizan como las letras del alfabeto y los sentimientos de pérdida y extrañeza. Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina

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