Tumaco Pacífico, de Samuel Córdoba
20
Oct
2016
Han pasado casi 10 años desde que Samuel Córdoba se tomara el trabajo de registrar la vida cotidiana en Tumaco, en la costa del Pacífico colombiano, y se dispusiera a escuchar (sin intervenir) a varios de sus habitantes (líderes comunitarios, pescadores, una anciana, entre otros). La precisión del registro y la pertinencia de los testimonios componen un retrato de un mundo en el que las condiciones mínimas de subsistencia se ven doblegadas por la desgracia natural y la negligencia cultural. Que los hombres puedan vivir bajo esas condiciones materiales es una proeza, y, en cierta medida, Córdoba deja constancia de la resilencia, ya no como una excepcional respuesta frente a la anómala adversidad, sino como la involuntaria o inconsciente actitud con la que hacen frente la mayoría de los habitantes a la inadmisible forma de vida que llevan.
Córdoba elige algunos habitantes carismáticos y elocuentes con los que constituye un discurso representativo de cualquier poblador de esta ciudad de palafitos, mientras que contrasta y confirma, a través de planos fijos y diversos del endeble ecosistema y urbanismo, la realidad circundante en cuyo marco se erige el relato coral de los entrevistados. El analfabetismo, la precariedad general de cualquier servicio, una economía primitiva son algunas de las calamidades que se identifican. Tan solo los planos generales sobre la basura acumulada en el mar o las condiciones sanitarias con las que se produce los alimentos son suficientes para adivinar que esta comunidad podría ser elegida como una comunidad modelo en donde pasar una temporada interminable en el infierno. Que todos ellos naturalicen lo inaceptable no significa que una forma de vida semejante sea admisible, hecho que no mitiga el heroísmo involuntario de sus habitantes.
La película arranca con una presentación soberbia. Una travelling lateral (en lancha) de derecha a izquierda presenta lentamente las distintas casas en las que viven Doña Eduarda, Carlos, Carmen, Julia y Junior. Es un tiempo considerable el que se toma Córdoba, un recorrido atendible para entender el territorio por filmar y las singulares características de la región. Esta preocupación formal es constante y admirable: el film se las ingenia para transmitir el peso del barro, la incomodidad física de sus habitantes, las complicaciones de cualquier acto cotidiano; conseguir agua potable es aquí una expedición doméstica, tener luz eléctrica, un milagro.
Córdoba es cuidadoso y perceptivo. En un momento decide abundar en secuencias de pesca que describen la única “industria” de la zona; en otros sigue el día a día de los niños, capaces de jugar con cangrejos como si estos fueran un juguete de plástico. Al inicio del film se ve un helicóptero, en el final directamente desfila una flora. ¿A qué se debe? ¿A qué vienen? El film dará su respuesta en el momento justo.
Ópera prima más que atendible la de Córdoba; es una pena que desde 2008 nada sabemos de él. Directores curiosos y sensibles no sobran, menos todavía en un continente como el nuestro en el que los cineastas creen que tienen que hacer sociología por otros medios a través de imágenes y relatos que apelan al desprecio y a un nihilismo instintivo.
Por Roger Koza, de OtrosCines.com, para Retina Latina